SOLO PALABRAS

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miércoles, 5 de abril de 2017

EL COLECTIVO FANTASMA (relato)

Subí al colectivo que iba de regreso a la ciudad aquel domingo, pasadas las 6 de la tarde. La cantidad de pasajeros era demasiada, al punto que muchos íbamos parados, un poco apretados… y aún quedaban varias paradas donde debía subir gente que regresaba a sus hogares para empezar la semana laboral al día siguiente.
Algunos habían tenido la suerte de conseguir asiento, pero el egoísmo que evidenciaban era abrumador.
Para, en caso que alguien les reclamara su falta, alegar que ni siquiera habrían visto a una embarazada, un anciano, un lisiado o una mujer con un niño en brazos a quien no habían dado el asiento, algunos de ellos llevaban diarios (muchas veces de días anteriores) o revistas y simulaban leer todo el tiempo, casi sin pasar las hojas durante el trayecto. Otros tenían auriculares en sus oídos y miraban como hipnotizados las radios, los aparatitos de MP3 o los dispositivos de donde supuestamente surgía la música, si es que acaso funcionaban. También estaban aquellos más jóvenes que hablaban todo el rato por el celular, girando la cabeza y gesticulando a cada instante, resultando abrumador el crédito que cargaban en esos teléfonos, si acaso era cierto que hablaban todos esos minutos. Una variante era la de escribir y enviar mensajes de texto, y luego quedar mirando la pantalla esperando la respuesta, o bien solamente jugar con lo que tenía disponible el aparato. Finalmente estaban aquellos (generalmente de más de 35 años, y la mayoría de las veces hombres) que sin nada en sus manos simulaban dormir cruzando los brazos sobre su pecho y recostándose contra un costado, pero abriendo fugazmente un ojo cada tanto.
De repente un gran resplandor iluminó el cielo, y a los pocos segundos una ráfaga calcinante atomizó el colectivo y todo el pasaje. Algunos de los que estábamos de pie vimos esa nube de fuego llegar más veloz que  un tsunami, pero no tuvimos tiempo ni de sorprendernos ni de gritar.
Desde entonces un colectivo fantasma sigue circulando aún por donde estaba la ruta que iba a la ciudad. Adentro viajan sentados fantasmas que no se enteraron lo que ocurrió, y unos siguen sosteniendo frente a sus rostro un diario que ya ni siquiera es carbonilla, otros van con los ojos cerrados y los auriculares derretidos en sus espectrales oídos, otros quieren teclear un mensaje de texto con el pulgar en su mano ahuecada por toda la eternidad… y yo sigo de pie en medio de ellos, renegando que finjan no darse cuenta de lo que pasa en derredor suyo sólo por no dar el asiento.

                    ALDO R. GUARDATTI
               (Todos los derechos reservados)


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