Pues de aquel bosquecillo, hacia la espesura,
aquella mañana me sentí atraído
sin que, en apariencia, existiera un motivo,
fui a esa lujuriosa porción de las yungas.
Nada había leído ni me habían contado
que me motivara a aquel pequeño viaje.
Salí sin motivo, hacia ninguna parte,
y al frente del bosque me encontré parado.
De un llamado, el eco, latía en el silencio,
que me iba arrastrando sin que yo pudiera
negarme a avanzar, poner resistencia.
Me arrastraba el bosque, de a poco, hacia adentro.
Llegué así hasta un claro de fronda tupida
donde me aguardaba esa hermosa muchacha
con una sonrisa y un manto de gasa
sutil, transparente, nada más vestida.
Me tomó una mano sin decir palabra,
me tendió a su lado, sobre de la hierba,
me quitó las prendas, entre ansiosa y tierna
y nos cubrió luego su manto de gasa.
Nos amamos cual dentro de una burbuja,
por entre la gasa y la hierba mullida.
No diré detalles de lo que imaginan,
pero sí que me dijo que era una bruja.
Y copó su encanto todos mis sentidos,
y de ella supe hasta lo insospechable,
amando de un modo que nunca hice antes
hasta de placer quedar desvanecido.
Me desperté solo, en medio de aquel claro
y su azul manto de gasa me cubría.
La busco aún por las calles, y todavía
busco en el silencio oír aquel llamado.-
ALDO R. GUARDATTI
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