El
silencio cómplice se había empapado
de
jadeos ahogados, de suspiros quedos.
Desbocó
el deseo contigo a mi lado,
tu
sexo, inflamado, pedía mi esmero.
Y
jugamos juegos de tacto exaltado,
sabor
encantado y aroma de cielos.
En
dulce desvelo a ti aferrado,
sentí
en mis manos vibrar a tu cuerpo.
Y
hubo lujuria, también hubo encanto,
y
a modo de manto pasión indecible
nos
cubrió, sublime, cual paño sagrado,
y
entonces fugaron mil penas sutiles.
Tus
ansias febriles mis bríos azuzaron,
y
mi hombría aferraron vehementes, gentiles…
un
goce increíble me habías causado.
Éxtasis
sagrado que todo redime.
Y
tras de las puertas tu cuerpo y el mío
latían
encendidos, ajenos al mundo.
De
ropas desnudos, de euforia vestidos,
fraguaba
el instinto disfrutes rotundos.
Y
no hubo un segundo libre de delirios
en
tu piel de lirio, en mis labios bruscos…
en
cálido embrujo fuimos lazarillos
guiando
en sigilo erótico influjo.
Después
de la euforia reinaba el sosiego,
y
el plácido anhelo de que allá, en mi cama,
recibas
el alba oculta en mis besos,
ansiando
tu sexo otra dulce batalla.
Tú
te fuiste, magna, ondeando tu cuerpo,
desnudo
y sediento de impúdicas ganas,
y
yo te miraba afanoso y atento,
sin
fuerzas ni aliento que expresen mis ansias.
ALDO R. GUARDATTI
(Del libro "El deseo a contraluz")
(Todos los derechos reservados)