Era una tarde de tedio
aquel sábado cansino,
y de la radio brotaban
canciones de tiempos
idos.
Los segundos se
arrastraban
apáticos y aburridos,
hasta que golpeó mi
mente
una frase que era un
signo.
Aquella frase decía
“Toda una noche
contigo…”
y me acordé de esa
noche
que el uno del otro
fuimos
en la penumbra del
cuarto
donde ambos nos
escondimos,
el rubor disimulado,
el deseo enaltecido,
los besos ya desatados
y el sexo al amor
rendido.
Fue como un lecho de
luz
aquel donde nos
quisimos,
donde saciaron su sed
esos sueños peregrinos,
que sin compartir
almohada
cada noche compartimos.
Y me brindaste placeres
con que no me había
atrevido
tan siquiera a
sospechar,
y me llevaste al
delirio.
En tu astucia refinada
también jugaste conmigo,
negando a hacer
realidad
mi anhelo más atrevido.
Esa vez fuimos amantes
y también fuimos
amigos,
y recobramos aquello
que quiso hurtar el
olvido
poniendo tiempo y
distancia
de tu corazón al mío.
Esa noche no fue toda,
pero pude estar contigo
sin el estorbo de
prendas
y el pudor desvanecido,
cubriendo tu piel de
besos
sin aguardar tu
permiso,
impregnando en tu
corola,
con tu néctar, mi
pistilo.
Fue una noche casi
mágica
donde brotaba un
hechizo
cuando en tu cuerpo
anhelante
entraba, ansioso y
preciso,
mi cuerpo ebrio de
gloria
ensalzado en los
suspiros
que escapaban de tus
labios
como un frenético himno
de un amor
interminable,
de deseos contenidos,
de sueños que no
marchitan
y se burlan del
destino,
de caricias indiscretas
y de entusiastas
gemidos,
de dos cuerpos hechos
uno
y de un secreto
exclusivo
que palpita entre dos
almas
con un único latido,
como el tema de la
radio
que sin pensar había oído,
y que aún sigue sonando
en mi mente como al
descuido,
implorándole a la vida
que consienta mi
egoísmo,
y me permita vivir
toda una noche
contigo.
ALDO R. GUARDATTI
(De "El libro de los homenajes")
(Todos los derechos reservados)
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