SOLO PALABRAS

SOLO PALABRAS

miércoles, 26 de abril de 2017

EN LA TORMENTA

Ya se estaban diluyendo
últimas luces del día,
y en aquel banco de plaza
que eras mía me decías,
cuando encendieron farolas
pálida luz mortecina,
y dialogaban las sombras
con dulces rosas cautivas.

No habíamos reparado
en los fieros nubarrones
que con sus trajes de plomo
infundían mil temores,
en las hadas, en los duendes
y en los ángeles menores,
cuando un trueno estremeció
con furia los corazones.

Se apagaron las farolas,
se desató la tormenta,
murieron todas las luces
que alumbraban a la vuelta,
y en menos de dos minutos
la plaza quedó desierta,
solo tú y yo mirándonos
sobre el banco de madera.

Las gotas se deslizaban
por tu pelo renegrido,
y tu blusa, ya empapada,
revelaba sin permiso
a tus pechos palpitantes,
tus pezones encendidos,
tu deseo desatado
tan ardiente como el mío.

Advertiste que mis ojos
a tus ojos no miraban,
y con cómplice sonrisa
ya mis manos agarrabas,
las llevabas a tus pechos,
que turgentes provocaban,
y esperando parecían
mis caricias entusiastas.

En medio del aguacero
nos besamos con euforia,
y tus manos liberaron
mi virilidad ansiosa.
Te senté sobre mi falda,
frente a frente, boca a boca,
y el vuelo de tu pollera
volaba cual mariposa.

Todo tu cuerpo mojado…
¡Qué cosa maravillosa!
se mecía alucinado
con mis manos y mi boca.
Ya tus piernas se aferraban
igual que el musgo a la roca,
a mi cuerpo delirante
aquella tarde lluviosa.

Nos estremecimos juntos
mientras la noche crecía.
Nos escondía del mundo
esa lluvia que caía,
pero en algunas ventanas
se movían las cortinas,
cual si curiosos quisieran
saber lo que allí ocurría.

Quedamos entrelazados
y tu cabeza en mi hombro.
Yo no cabía de la dicha,
y tampoco del asombro.
Así como hubo empezado
la lluvia cesó de pronto,
y nos pusimos de pie
en silencio, con aplomo.


Acomodamos las prendas
serenos, disimulados.
Las ventanas de las casas
de pronto se iluminaron
delatando a los curiosos
que, vergonzosos, fugaron,
y nos fuimos despacito,
aferrados de la mano.-

                           ALDO R. GUARDATTI
                       (Del libro "El deseo a contraluz")
                        (Todos los derechos reservados)


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