Ahora
no están los niños,
se
fueron con los abuelos
a
intercambiar sus sonrisas
por
mimos y caramelos;
la
casa ahora está vacía
y
el silencio es un pañuelo
que
en su género recoge
mis
ansias de desenfreno,
pues
mucho hace que a tu cuerpo
disfruto
cual rapazuelo,
escondiéndonos
de todo
y
padeciendo el desvelo,
cuidándonos
de los hijos,
de
no perturbar su sueño…
y
yo me siento un ladrón,
ya
no me siento tu dueño.
Olvídate
del reloj
y
suéltate los cabellos.
No
temas que nos descubran,
que
no están ya los pequeños,
y
déjame que recorra
como
émulo de Eros
tu
piel, ya ruborizada,
como
hace mucho no hacemos,
y
amarte en cada rincón
de
nuestro nido de sueños,
sin
esperar que la noche
nos
oculte con su velo,
para
arrancarte gemidos,
besos
y estremecimientos,
para
gozarnos sin prisa,
sin
nada que ponga frenos.
Te
amaré con más euforia
que
en nuestro encuentro primero,
con
la boda nuevecita
y
el ardor en nuestros cuerpos,
ahora
con sabiduría
de
cómo levantas vuelo
si
me zambullo en tu puerta
por
do me llevas al cielo.
Déjame
beber tu savia,
gozar
sin remordimientos,
sin
apurar los minutos
ni
ceder ante el silencio;
que
tu cuerpo con el mío
se
hagan uno en el deseo,
ahora
que nuestros niños
se
fueron con los abuelos.-
ALDO R. GUARDATTI
(Todos los derechos reservados)
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