En la
brisa se hamacaba
el
arrullo de las olas,
la
media noche llegaba
y la
calle estaba sola.
Con
las luces apagadas
caminaba
en esa hora
por la
casa adormilada
y me
embriagaba tu aroma,
cuando
atrajo mi mirada
tu
silueta encantadora.
Sentada
justo en el borde
de la
mesa de la sala,
en
penumbras de la noche
mi
deseo provocabas,
y
buscando yo tu roce
a tu
cuerpo me acercaba
sin
saber que sin pudores
ansiosa
tú me esperabas,
y un
baby doll de pasiones
cubría
tu cuerpo hecho flama.
Rodearon
mis brazos firmes
la
lujuria de tu talle.
Tú te
arqueabas como mimbre
con
mis besos pasionales,
y mis
caricias febriles
tus
deseos más carnales
llevaron
a lo sublime
¿para
qué dar más detalles?
Fue
nuestro gozo indecible.
Fue lograr
lo inalcanzable.
En la
cima de tus senos
jugaban
irreverentes
mi
lengua, mis labios, mis dedos
y a
ratos también mis dientes,
y sin
nimios titubeos,
cual
si fuera una aguardiente,
embriagados
de deseo
bajaban
hacia tu fuente,
disfrutando
el bamboleo
de tu cuerpo
impenitente.
En la
mesa recostada
y
flexionando rodillas,
a mi
pelo te aferrabas
como
loca poseída,
empujando
entusiasmada
mi
boca, ya agradecida,
con
muy frenéticas ganas
hacia
el botón que palpita
en
alhajero que guardas
lo que
me hechiza e incita.
Abrumada
y complacida
deslizaste
hacia la alfombra
con
ganas enardecidas,
con
erotismo y sin sombra.
Sobre
palmas y rodillas
me
rendiste encantadora
la
oscura y estrecha vía
que
mis ímpetus añoran,
y con
dulzura y porfía
te
complací sin demoras.
Aferrado a tus caderas
como
el náufrago al madero
desperté
mil primaveras
en el
ardor de tu cuerpo,
con un
vaivén sin fronteras,
con un
devenir incierto,
y tu
esencia de pantera
afloraba
por entero,
y te
volviste una fiera
bella,
salvaje y en celo.
Y la
pasión nos perdía
con
espasmos delirantes,
en el
aire se encendían
incandescencias
fragantes,
tu
cuerpo se estremecía
y
jadeos anhelantes
desde
tus labios huían
en ese
mágico instante
que
derramaba mi hombría
en tu
surco palpitante.
Acabamos
recostados
sobre
la alfombra mullida,
nuestros
cuerpos agitados
y dos
cómplices caricias,
con
mis labios saboreando
tu
piel aún encendida,
aquel
lugar inundado
de una
dulce algarabía
y tu
rostro era adornado
con
seductora sonrisa.
Tu
piel aún ruborizada
me
embriagaba con su aroma,
las
penumbras perfilaban
la
belleza de tus formas,
el
instinto se calmaba
y
escabullía entre las sombras.
La
luna nos espiaba
aquella
mágica hora.
En la
brisa se hamacaba
el
arrullo de las olas.-
ALDO R. GUARDATTI
(Del libro "El deseo a contraluz")
(Todos los derechos reservados)