Oculta
en una careta de maquillaje estridente
y
vestida simplemente con hilos y transparencias,
desde el marco de una puerta se exhibe para el cliente,
con la promesa evidente de embriagadora experiencia.
Resalta
sus atributos con tacos de enorme aguja,
cual
si fuera una piruja de los cuentos de Juan Rulfo.
Sus
ojos, grandes y oscuros, la asemejan a medusa,
y tras falsa libido ocultan su alma hecha un mendrugo.
Desfilan
entre sus piernas varones de laya toda,
y vende en cuarto de hora un show de gran estridencia
para la unitaria audiencia que como un perro la toma,
pagando
así, sin demora, por placeres de indecencia.
Cuando
su horario se acaba, cual sórdida letanía,
retoma
ella la rutina de privación reiterada,
mientras
en palcos declaman con cinismo y osadía
pretendidos
moralistas que pasaron por su cama.
ALDO R. GUARDATTI
(Del libro "Despreciados y despreciables")
(Todos los derechos reservados)
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