Hoy compré la bici recumbente (o reclinada, para los españolísimos del idioma) con la que me había obsesionado.
La vi por primera vez el jueves pasado en persona, pero entonces no tenía el dinero encima, y además tenía varias cosas por hacer (entre ellas, un encuentro de poetas en Gral. Güemes, Campo Santo y El Bordo), lo que me hicieron postergar la compra hasta hoy.
Llegué a la casa de Irma (quien tenía la bici a su cargo) según lo acordado el jueves. Esta vez llevaba mi casco negro con vivos retroreflectivos color rojo (aunque al principio rogaba llegar a casa antes de que oscureciera... después de la primer media cuadra, simplemente rogaba llegar).
Irma sacó la bici a la calle, y me explico:
- Es cuestión de costumbre. Al principio cuesta por que no es una posición habitual, pero ante cualquier cosa, por seguridad, baje los pies y listo. Comienza de nuevo.
Le di las gracias y ella recalcó:
- Ya sabe. Por seguridad baje los pies. "Abajo" los pies y está seguro.
Nuevamente le di las gracias y cuando no vino ningún auto, ella me ayudó empujándome un poco hasta que agarré envión, y se despidió sin que yo respondiera o diera vuelta la cabeza para despedirme.
Era una sensación extraña. La dirección de la bici me temblaba (mejor dicho, la hacían temblar mis manos), y aunque puedo cruzar la calle masticando chicle, las primeras dos cuadras fueron un suplicio coordinar la pedaleada con llevar el manubrio correctamente, pero, de a poco, lo fui logrando (gracias a Dios esas dos cuadras eran en bajada, por que si eran en subida creo que alguna huella hubiera quedado de mi paso por allí.
A cada boca calle rogaba y fruncía (aunque en el orden inverso) por que no pasara ningún auto por la otra calle (ni auto, ni bici, ni moto, ni camión, ni perro, ni...) y así fui zafando. Unos chiquillos me vieron pasar, y señalándome uno de ellos dijo "¡Mirá que buena esa bici!" "¡Qué chala!" exclamó el otro. Eso mimó y fortaleció mi autoestima. La recumbente lograba que la gente si fije en ella, y no en el tipo que la manejaba... o trataba de hacerlo.
Seguí contento un par de cuadras más (ya en subida) hasta llegar al primer semáforo. Media cuadra antes un grupo de cuatro borrachos saludó efusivamente mi paso. Estaba prendida la luz roja. Detuve la marcha, y, como uno hace siempre en una bicicleta "común", reduje la velocidad, frené, saqué el pié del pedal y lo extendí en la dirección que estaba la pierna. Afortunadamente tuve los reflejos suficientes para frenar mi estrepitosa llegada al suelo con mi brazo izquierdo. Con el ego más magullado que mi cuerpo, me incorporé trabajosamente, y llegaron los borrachos a mi lado. Contrario a lo que pensaba, no me cargaron (cosa que a lo mejor yo si hubiera hecho), y cuando vieron que mis intentos por arrancar no daban frutos, sin dudarlo corrieron a empujarme, y cuando logré seguir pedaleando por mis propios medios me ovacionaron como si hubiera ganado el Tour de France. Comprendí por qué Irma me había recalcado tanto que llevara los pies "hacia abajo", aunque un poco tarde.
A duras penas seguí -ahora sí en subida- unas cinco cuadras más, hasta el parque 20 de febrero, donde decidí arriesgarme a detener la marcha y recuperar el aliento (lo de comprar la bici no fue capricho, sino una cuestión de salud mezclada con mi manía de ser distinto a la mayoría). Cinco minutos fueron suficientes. Ahora venía lo divertido: no había quién me empuje, no tenía cara para pedirle a nadie que lo haga y, a fin de cuentas, debía aprender a hacerlo por mis propios medios tarde o temprano, y mejor sería si lo conseguía temprano.
Miré un par de secuencias del semáforo de la siguiente esquina, y, calculando mi velocidad y la secuencia arranqué ¡¡arranqué solito!! de un modo inesperado y sencillo, podría decir.
Mis cálculos fueron acertados, y llegué a la esquina con la luz verde. Creo que hubo algunas exclamaciones por lo extraña y atrayente que es "esa bici", pero yo prefería concentrarme en mantener el equilibrio y tener presente que los pies debían ir "abajo" ante cualquier eventualidad.
Así recorrí las cuadras que faltaban hasta casa (unas quince, calculo) sin novedad, transpirando como testigo falso y repitiendo "Pies hacia abajo. Pies hacia abajo. Pies hacia abajo..."
Llegué nuevamente frunciendo y rezando al semáforo más cercano a casa, y mis ruegos fueron escuchados.
En la esquina del súper decidí bajarme de la bici, ya que la calle -de tierra por la construcción del canal de Los Manzanos y marcada por las lluvias recientes y la tierra arcillosa- estaba tan irregular que consideré lo más seguro llegar a casa caminando los últimos metros.
En esa esquina estaba mi amigo Cristian, y no daba crédito a lo que veía.
Con una gran sonrisa me ayudó a acercar la bici hasta su puesto, y no resitió las ganas de subir. Le expliqué un poco (lo ínfimo que Irma y mi experiencia me habían enseñado) y trató infructuosamente de arrancar. Lo empujé unos metros y lo logró. Luego se detuvo, giró la bici, y -como era bajada- arrancó sólo. Terminó ese trayecto de unos 40 mts, y giró de nuevo la bici, ¡¡y de nuevo arrancó sólo, el infeliz!!
Me felicitó, me agradeció que le prestara la bici y lo dejé trabajar. Me dió un empujón y me acerqué a casa pedaleando por la vereda del super. Antes de llegar a la esquina, tierra y lodo cubrían también la vereda. Como un corsario lanzado al abordaje me lancé a tratar de cruzar ese lodazal... y me expliqué por qué desaparecieron los corsarios. Bajé el pié con una sonrisa canchera, que desapareció instantáneamente cuando mi pié deslizó sobre el agua arcillosa que cubría el piso.
La bici quedó con algunos vivos color arcilla, y mi pantalón y buzo con evidencias de que no hice el trayecto sin aterrizajes intermedios.
Consideré prudente legar a casa empujando la bici. La calle está destrozada, mi ego en terapia intensiva, y seguro que si intentaba pasar pedaleando por la estrecha vereda de mi cuadra, sólo empeoraría su condición.
Llegué a casa feliz, y nadie me puede sacar esta sonrisa de chico en 6 de enero a la mañana.
Ya me bañé, limpié la bici, y me propuse dominarla para el próximo fin de semana, por mi salud... y para no hacer más papelones (al menos en la recumbent).
ALDO R. GUARDATTI
Salta / 22 - 03 - 2014
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