Ella voltea hacia atrás su cabeza,
y con aquel paño de color rojo,
como avergonzada, cubre sus ojos,
tal vez simulando falsa vergüenza.
Resalta el rojo sobre su piel blanca,
como resaltan sus cabellos rojos,
como sus labios, suaves y carnosos,
en su piel suave, como porcelana.
Allí, sentada sobre el taburete,
de sus piernas apoya sólo las puntas.
No cabe el rubor en su piel desnuda.
Nada más el verla es puro deleite.
Y su palidez no evoca a la muerte,
evoca a la magia, a tiernas caricias,
evoca al placer que al pecado incita,
dulce secreto de amantes ardientes.
Es lo que un hombre ansía poseer,
sin ningún maquillaje o atavío.
Es cual obsequio sagrado, divino,
ella es un rubí en forma de mujer.
ALDO R. GUARDATTI
(Todos los derechos reservados)
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